Por El Biguá
Hoy vuelo hacia la esquina de Main y Bissonett en Houston, Texas. Desde arriba, tres de las cuatro esquinas presentan techos de cemento plano. La cuarta es una iglesia. No es parte del Museo de Bellas Artes, a donde quiero entrar. Los jueves regalan los boletos (atentos, houstonianos). A los humanos, ni bien atraviesan las puertas de vidrio, un censor automático, les toma la temperatura. La atención se dirige hacia sus proyecciones de video sobre una de las paredes. Ven sus cuerpos estirarse a la vez que se deslizan dejando atrás hilachas de sus siluetas en sombras. entramos volando. Nos confundimos como una sombra negra más. Mis críos y un par de sus amigos llegaron antes. Ya son todos jóvenes mayores de edad. Avisan que están en el tercer piso. Subo escaleras torpemente de a saltitos en vez de encerrarme en el ascensor. Veinte escalones de madera y un descanso, veinte más y estoy en el segundo piso. Al llegar al tercer nivel, cría hembra nos hace señas. Coincidimos, junto a los demás, deteniéndonos frente a un biombo abierto.
—Esto es Buenos Aires —dice a primera vista mi pareja— la villa de Estación Retiro.
Una villa de terrenos ocupados ubicada alrededor de las estaciones de trenes y colectivos. Tan antigua que estaba allí cuarenta años,antes de que mi pareja y yo nos conociéramos. Villa de emergencia permanente, vista ineludible al salir o llegar a Buenos Aires. Cartelito en la pared blanca del museo confirma lo advertido, “Villa 31, Retiro. Grupo Mondongo – Políptico de Buenos Aires, 2014/16…”.
—Esto estaba al lado del Café Express, en el subsuelo, ¿te acordás? —dice uno de los críos, a quienes hemos traído a este museo desde pichones.
La pieza logra que nos perdamos en los detalles en relieve frente a nosotros: muñecas rotas tiradas por partes, cables colgando de casa en casa, algunas con revoques y pintadas con colores fuertes, otras desnudas al ladrillo. Entramos a estas viviendas desde la comodidad que nos da estar en este museo de lujo, en este edificio nuevo.
Uno de los amigos de los críos dice “critical commentary” – y nos muestra que, si nos trasladamos y observamos las hojas del políptico desde el costado, salimos de la villa y entramos a un estudio. El pliegue de la izquierda muestra a un joven leyendo, el de la derecha a una joven sentada. Son autorretratos de los artistas, Manuel Mendanha y Juliana Laffitte.
—¿Qué significa “trama”? —nos pregunta el amigo, que ahora se anima a probar su español. Sabe que nos pone contentos. La palabra está escrita al lado del joven que lee. Un hilo en el suelo se conecta desde ese estudio a la villa —Debe ser importante—, insiste.
—Trama como tela, entramado social— contesto y me quedo pensando en esa costumbre de creerme que si no sé la respuesta es mi deber inventarla.
—Mamá, explícale a este por qué las casas están construidas así —me pide cría hembra refiriéndose a las paredes de plástico, de chapa, ambientes a medio construir.
Crío macho, que estudió arte se acerca y nos dice:
—Me gusta que está hecho con play-doh.
—Plastilina —le digo, en esa tarea constante de querer aumentarle su vocabulario en español.
—A medida que nos alejamos la construcción de las casas mejora —dice cría hembra.
—¡Verdad! No lo había notado. Hasta llegar a un horizonte con edificios de corporaciones —agrego—. ¡Y miren el cielo! Las luces de velas y los rayos de hilo que emiten. Las luces son almas, los rayos son espejo de la trama social —para esa altura ya nadie me escucha. Es una ventana, un biombo, un libro abierto. La explicación escrita aclara que el firmamento representa la tabla del mercado de valores. Números o almas, qué más da.
Nos zambullimos a nuestra primera galería. Al fondo hay una gran bandera cubana. Sólo al acercarse se nota que está hecha de cabello humano. Como pájaro, me río de las banderas. Desde arriba son sólo telas coloridas flameando. Pero esta es diferente, dice por escrito que se armó con cabello de mujeres y tardaron en cocerla cinco años. Se titula “Estadística 1995-2000” y representa el éxodo de 150,000 cubanos después de la disolución de la Unión Soviética. No se menciona que los mechones de pelos están envueltos en trapitos anudados, forma casera de enrular cabellos.
Enfrente, una gran piedra, parece a punto de triturar miles de dientes humanos, todos acomodados. Del sólo verlos, duele. Ni el ratón Pérez ni la hada madrina ni Tooth Fairy existen. Otra obra de Cuba. Esta es de Yoan Capote.
—De esta foto me acuerdo —le digo a mi pareja—, la exhibieron en el subsuelo del otro edificio. Es una típica foto de curso que podría ser de cualquier escuela. Leo las inscripciones distintas para cada alumno. “Tiene un montón de hijos” dice sobre una chica, “se fue a vivir a Helsinki y se casó con una mujer”, una flecha señala a otra alumna. Algunos están circulados con birome roja y una cruz en la cabeza. Son los que murieron. No hay posibilidad de arreglarlo. Logro traer a la bandada y los paro enfrente de la foto.
–Lean, lean –les doy la orden como si fueran mis alumnos. Recién en el silencio me percato que las inscripciones están en español. Todos saben algo, por la escuela y porque así nos relacionamos.
—¡Uy! Esto es re-argentino, como está escrito —dice cría hembra que piensa gramaticalmente en inglés.
—No sé leer cursive —dice crío macho.
—Ellos son de tu misma edad. Como los de tu álbum de fotos.
—Son mayores que yo. Ellos ya estaban en la secundaria en 1967 —contesto.
—¿Qué quiere decir “milita”?
—Es el único que milita activamente en los noventa —leo.
—Ser activo en una agrupación, en un partido político, para cambiar las injusticias —otra vez me encuentro en un esfuerzo fútil donde una oración no me alcanza. Me acosa la urgencia de una ventanita de curiosidad que se abrió en ellos y pronto, como en los video juegos, se cerrará, perdiendo toda oportunidad de conectar con un pasado que juzgo deben conocer, para no repetir, como se dice. “Colegio Nacional de Buenos Aires” —les leo—, este es un colegio de los mejores colegios. Es público como al que van ustedes aquí en Houston.
—Llevan uniforme —notan ellos—. ¿Qué quiere decir “labura”?
Rastreo las inscripciones de la foto y encuentro la que dice “labura en computadoras y volvió del Perú” —que trabaja— contesto.
Otro lee, “…fue al primero que se llevaron. No llegó a conocer a su hijo. Ahora tiene treinta años. Era mi amigo. El mejor.”
—¿Qué quiere decir? —les pregunto al mejor estilo prueba.
—¿Él ahora tiene 30 años? —adivinan.
—No, él no, porque a él se lo llevaron los militares y lo mataron. Es su hijo, el que nunca conoció, quien ahora tiene 30 años.
Mientras seguimos por la galería, de un lado vemos una seguidilla de fotos sacadas en un mismo ambiente de cocina por Carrie Mae Weems. En todas, el centro es una mujer negra en pose. ¿Será por eso que a uno de se le ocurrió preguntarnos.
—Are you Hispanic or Latino?
—And you? —reviro intentando mostrarle que su pregunta es incómoda y es de la del tipo que se nos hace a los de plumaje oscuro y no claro como él.
—Caucasian. Irish-Polish —me aclara dudando.
Yo le explico que eso de llamarnos Hispanos es una imposición, una etiqueta que viene del gobierno, pero que, en nuestros lugares de orígenes, nosotros ni enterados de esa palabra. Es el poder el que nos nombra.
De salida, los críos, nos muestran lo que parecen caricaturas, pero en realidad, nos explican, son animes Latinos. Salimos de la primera galería como de una zambullida que no esperaba, entre espacios del pasado y los críos en su presente de Houston.
—¿Cuál es el rio Bravo? —pregunta el crío amigo, ahora en español aprendido en la escuela. Enfrente, duplicando el tamaño de cualquier humano, un joven en vaqueros acarrea en sus hombros una mujer con falda tradicional mexicana, los dos miran hacia abajo. La escultura se titula “Border Crossing (Cruzando el Río Bravo)”, por Luis Jiménez, artista chicano según explica el cartel sobre la pared.
—Es el Río Grande. El que separa a Estados Unidos de toda Latinoamérica.
Sigo nadando entre arte, mi pensar y sentimientos. A través de fotos, dientes, cabellos, espacios familiares, Buenos Aires, Argentina, Cuba, Río Bravo, veo pedacitos nuestros, de pasados y presentes. Están ahí, son nombrados, llaman la atención, generan curiosidad, diálogo, una experiencia compartida con los críos.
El arte nos cuenta una historia en forma diferente. Como en esa última escultura atravesando el río, el arte nos ayuda a mantener la memoria y a cruzar fronteras entre los críos jóvenes y nosotros, entre los de allá y los de acá, haciendo convivir el inglés y el español. Este nuevo edificio Kinder, podría haber ignorado a los pájaros negros del sur. Pero no. Un raro orgullo o tal vez agradecimiento me hincha el pecho, tanto por el edificio como por lo que alberga. No sé de arte, sólo me animo a volar bajo, sumergirme y disfrutarlo. Aquí no paro. Vuelos y nados a través de los espacio-tiempo materializados en objetos, continuarán.
+ Esta crónica está basada en una visita al nuevo edificio llamado “Nancy and Rich Kinder” del Museo de Bellas Artes, Houston. The Museum of Fine Arts, Houston.
Nancy and Rich Kinder Building | The Museum of Fine Arts, Houston
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