Honey

Por María Quiroga

 

¿Te acuerdas cuando nos amábamos, honey? Yo me acuerdo todos los días. A veces ni siquiera sé por qué. A veces en momentos tan sosos, como cuando lavo los trastes y solo estoy mirando la espuma entre mis manos, poniendo cuidado para no resbalar el plato. Entonces te escucho detrás de mi diciendo que hay demasiado silencio en la cocina y pones música y te ríes y cantas. Yo abro la llave para enjuagar y por encima del rumor del chorro de agua y del golpeteo de vidrio y metal está tu voz. Cuando cierro la llave me doy cuenta que no estás ni se oye música y todo es silencio. ¿Te acuerdas, honey? Pero ya no nos amamos. 

¿Te acuerdas cuando nos contábamos mentiras  para sostener el letargo en el que nos sumimos y que nos hacía pensar que no pisábamos el suelo? Yo me acuerdo de vez en cuando. En momentos tan llenos de tedio, como cuando estoy en el banco y tengo que llenar un formato, hacer un trámite, una operación financiera. Me acuerdo entonces de ti llamando por teléfono, diciéndome que me amas al calor de la centésima cerveza, y después que no podías verme, que tenías asuntos varios, algunos pendientes. Volverías tarde. Luego era yo quien te decía lo mismo desde algún bar en compañía de otro. Y queríamos creernos para no salir del letargo, del efecto anestesia. ¿Te acuerdas, honey? Pero ya no nos hablamos.

¿Te acuerdas cuando me miraste como una perfecta extraña porque los dos éramos otros, éramos estos que ahora somos, de ruinosos cuerpos, de malsanos vicios, de palabras huecas y no pudiste reconocerme? ¿Te acuerdas, honey? Yo me acuerdo mientras fumo en las madrugadas y miro los espacios vacíos de lo que te llevaste entre el humo de la nicotina: el cuadro de Monet, los discos de vinil, los libros de poesía. ¿Quién te pide ahora que le leas a Pizarnik? ¿Con quién te vas a pelear por defender los manchones de los impresionistas? Dejaste el Renoir, no sé para qué. Lo detesto. Deberías venir y llevarte ese retrato cursi de mujeres bobas. Yo estoy bien con Miró. Con Kandinsky. ¿Con quién escuchas los discos de blues? ¿Tú solo? ¿Con tu botella de ron con la que me engañabas, honey? ¿O es con esa que usa vestidos floreados con quien te han visto? Dicen por ahí que parece que la has sacado de uno de esos cuadros. Honey, esa clase de mujer no lee a Pizarnik. Nunca. Ni a Parra, ni escucha el blues, ¿sabes? 

¿Te acuerdas cuando nos íbamos al viejo bar de la plaza y el barman nos emborrachaba gratis porque decía que sólo nosotros nos mirábamos de ese modo? ¿Y te preguntaban cómo habías hecho para que te quisiera tanto y yo contestaba: es que me hace reír? Y me reía a carcajadas. Y tú decías: ser payaso, como pueden ver. Y nos besábamos, honey. ¿Te acuerdas? El barman nos miraba con gozo y con celo; con algo de envidia y gusto. No había noches largas para nosotros. Siempre amanecía pronto y cualquier cama nos quedaba grande. 

Honey, ¿será que vas al bar de vez en cuando?

Te llevaste mis discos de Cat Stevens. Me acuerdo que lo quitabas apenas sonaba el primer acorde. “¿Estás deprimida?” Me preguntabas y yo me reía de nuevo. “¿Por qué rayos escuchas a este cabrón? Se va a deprimir el gato. Se va a quejar la vecina. Se va a romper la pecera. Se van a caer las paredes, loca. Se quiere suicidar el pez. Se nos van a reventar los tímpanos” Y seguías diciendo cosas imposibles y yo te dejaba cambiar el disco por Clapton o por Cohen o cualquiera que tú quisieras. 

¿Te acuerdas que sólo fumabas conmigo? Mientras hablabas del mundo y yo caía en esa hipnosis onírica y luego cuando era yo quien conversaba, ponías atención. Respondías, discutías, te burlabas, enredabas los dedos en mi cabeza, asentías o negabas. Me pregunto qué hablarás con ella, honey.

¿Te acuerdas que para no quitarnos el anillo nunca, nos lo dejamos tatuado? ¿Qué harás ahora todos esos 26 de diciembre que nos quedan? ¿A dónde irás? ¿Caminarás entre aquellos sauces en donde me dijiste que las razones para casarnos eran las obvias? Que tú no tenías con quien pasar el resto de los días y yo estaba loca de atar y tú no podías dejar al mundo conmigo suelta, ¿te acuerdas?

Honey, ya me aburrió el Renoir en esa pared. No tolero verlo más. Voy al bar a buscarte para devolvértelo. Lleva mis discos de Cat y el libro de la Pizarnik. Deshazte de ese vestido de flores que no sabe ni quién es Monet y yo me deshago de la corbata y el traje que no sabe mirar a Kandinsky ni escuchar el blues ni salvar al pez. 

Te espero en la barra de atrás, donde los tragos son gratis si nos volvemos a mirar como entonces. Ha de estar casi vacío, los extraviados de siempre, los que están solos, los que se aburren en 26 de diciembre. Y nosotros. ¿Te acuerdas, Honey?

                             

María Quiroga (México, 1973) es comunicadora, escritora y promotora de la lectura. Ha publicado en las antologías Poemas de cinco países (El Mensú, 2012) y BidiBidiBomBom (Paraíso Perdido, 2018), así como ensayos y cuentos en medios digitales como Literal Magazine y Beek. Seleccionada para la antología de Cuento en español de la ciudad de Houston. Edita Las plumas del cacalote y Andamos Leyendo. Honey fue presentado a micrófono abierto para la comunidad latina en Houston.

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