Por La Paloma
En todo México
hay ruidos, aspavientos,
inspiraciones y azares, o no hay plaza.
Douglas Lee Robertson, A Behavioral Portait of the Mexican Plaza
La identidad tiene algo de sonora. Un acorde nos puede regresar el tiempo perdido, diría Marcel Proust… sobre todo si lo escuchaste del brazo de tu padre en una tarde afortunada. Los recuerdos y las experiencias también se construyen con sonidos y cada sitio tiene los suyos.
En el antiguo Distrito Federal, cuando la policía se aproximaba, la voz de algunos de sus habitantes se convertía en grito: “Te pito, te informo… Tepito”. El barrio bravo debe su nombre al chiflido con que se alertaban entre ellos los vendedores de fayuca. A ese sonido extinto, convertido en nombre propio, sobreviven otros: los murmullos recientes y añejos de nuestros pueblos y ciudades, quimeras que nos regresan a la infancia. Los ecos muertos quedaron enterrados en el aire.
Las plazas del país son armonías constantes. Al canto de los pájaros anidados en laureles, jacarandas, tamarindos, palmeras, álamos o flamboyanes, según la región, se agrega la voz de los pregoneros: el que compra fierro viejo o el que, como el ropavejero de Cri Cri, cambia, vende y compra por igual. Otros ofrecen pitos y cornetas para celebrar a golpe de viento la Independencia. Al centro, la Bamba, el son jarocho, el mariachi o un corrido. Un poco más allá, la flauta del afilador, la grabación gangosa de los tamales oaxaqueños, los cláxones, las porras en los estadios de futbol…
En plazas de Guadalajara y la Ciudad de México todavía se puede oír a ciertos transeúntes que conservan viejos sonidos en una caja de madera: los cilindreros u organilleros. Ahí va “el limonero” recogiendo las propinas mientras “el burrito” da vuelta a la manivela del pesado instrumento. “La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar”… Siguen reproduciendo las notas de valses, pasodobles y música de la Revolución; su repertorio incluye “Las mañanitas” y “Las golondrinas” pero no mucho más. Ya no se producen nuevos cilindros metálicos con canciones más modernas y tampoco los acompaña un mono araña para completar el espectáculo, como se acostumbraba en el siglo XIX. Uno de su clan acompañó a Pancho Villa… quizá el sonido de una polka se mezcló con el de las balas y los gemidos de los caídos. En honor al general, los organilleros usan un uniforme beige similar al de los soldados villistas.
En el México contemporáneo resuenan nuevos sonidos: en el Cárcamo de Dolores en Chapultepec, al lado del mural El agua origen de la vida y la Fuente de Tláloc, de Diego Rivera, está la Cámara de Labdoma, proyecto escultórico y sonoro del artista Ariel Guzik: un órgano y una consola producen sonidos al vaivén del agua que entra a la capital proveniente de los ríos Lerma y Cutzamala; el viento y la temperatura también imprimen su tono a esos acordes, distintos a cada instante. Como los sones y murmullos de nuestras ciudades y pueblos, son y no son los mismos.
Publicado por primera vez en la revista Contenido en Diciembre de 2020