Momentos de la maternidad

Por Drácula Parrot

Pollitos

Si ya eres madre o padre, podrás sentirte identificado con lo que aquí describo, si todavía no lo eres, te dará una idea de la otra cara de la maternidad, de la que quizá no te hayan contado o no te hayas dado cuenta.

Convertirse en madre, especialmente ser mamá primeriza no es cualquier cosa. Es una tarea difícil que trae consigo muchas cosas nuevas. No sólo es hacer el nido. Educar un polluelo es, a veces, volar con el viento en contra, en corrientes con remolinos, tormentas y ocasionalmente en cielos soleados y tranquilos.

El trayecto comienza desde que estas empollando, embarazada, y todo el mundo piensa que tu barriga abultada es terreno público; te la tocan y soban como si fuera el Buda de los deseos, sin pedirte permiso.

Para las mujeres que están esperando su primer bebé, es casi imposible no fantasear acerca de la maternidad como la vemos en los comerciales de la televisión: la mamá sentada en la mecedora contemplando al pequeño, en absoluta paz, con el cuarto del recién nacido perfectamente decorado, sin embargo, las posibilidades de que al otro lado de ese cuarto haya una pila de ropa para lavar o doblar y una cocina llena de platos sucios, son bastante altas.

Les contaré acerca de uno de los momentos más memorables como mamá primeriza. Antes de ser mamá, trataba de tenerlo todo bajo control y existía un plan A, B o C para cada vuelo, así que al ser mamá pensaba que el mundo podría controlarse de la misma manera; qué ilusa. Cuando una es mamá primeriza todo el mundo se siente con derecho a darte consejos,  aunque no se los hayas pedido. Sobretodo las aves viejas o las suegras, que a veces son como aves de mal agüero. En mi afán de controlar todo alrededor de mi bebé, recibía comentarios como “no te preocupes tanto”, “no le va a pasar nada”, “relájate, unos cuantos gérmenes no le hacen daño”, “toda va a estar bien”.

Un día fui al supermercado con mi pollo. Después de estacionar, bajarme, llevarlo con su “ligero” porta bebé en el carrito de compras y tomar mi cartera, me di cuenta de que se me había quedado en casa la pañalera. No se imaginan el pánico que sentí, la pañalera lo es todo cuando estás criando, es tu salvavidas, como la artillería que tienes que llevar si vas a la guerra. Ahí guardas  lo esencial e importante: pañales, ropa, comida, juguetes, protector solar, suéter por si hace frío, medicina por si le da fiebre o urticaria o vómito,  o lo que sea. No puedes sobrevivir sin tu pañalera.

En mi situación de pánico, empecé a oír aquellas voces en mi cabeza: mi suegra “todo va a estar bien”, mi tía “no te preocupes tanto”, mi amiga -que por cierto presume ser la mejor mamá del mundo- “relájate, todo va a salir bien”, así que respire profundo y,  valiente, decidí entrar en el supermercado. ¿Qué podría pasar? Iba sólo a comprar unas cuantas cosas y sería rápido, así que como actriz de Hollywood caminando por la alfombra roja, decidí empujar mi carrito de compras por el pasillo, y mi bebé tan dulce, tan tranquilito con su chupón en la boca.

Ahí estaba yo, con mi carrito, sintiéndome feliz y liberada sin aquella pesada pañalera, entonces mi bebé, así sin más ni más, escupió el chupón que tenía en su boca y yo, así como en las películas, vi como caía en cámara lenta al piso y una vez en el piso, el chupón rodó debajo del primer anaquel.  No lo podía creer.

El chupón le da paz al bebé, y de paso a nosotras, por lo que acto seguido, aquella criaturita mínima y tierna empezó a llorar. Ahí voy yo en un acto de desesperación, agachada, tratando de alcanzar el chupón  de debajo del estante, al mismo tiempo tratando de ver que mi bebé no fuera a caerse del carrito y por más esfuerzo que hacía, no alcanzaba el chupón, vi con detalle el piso debajo del anaquel como el inframundo del polvo, la grasa  y la suciedad. Entonces caí en cuenta de la cantidad de gérmenes y bacterias que debería haber ahí y que por más que alcanzara el chupón, iba a tener que desinfectarlo.

Para las madres en general y para las primerizas principalmente, los gérmenes y las bacterias, peor que ser microorganismos nocivos, parecieran ser unos buitres, águilas o aves rapaces capaces de devorar y engullir a nuestros pollos con solo abrir el pico. Como madre recursiva que soy, y además verminofóbica (o sea, fobia  a los gérmenes), me olvidé de aquel chupón sucio y me dirigí al pasillo en donde venden las cosas para bebé para comprar un chupón nuevo. Con el efecto de sonido del llanto de mi hijo en el fondo, que yo sentía amplificado, y de seguro se podía oír por toda la tienda, ya ustedes saben cómo son los graznidos de los pequeñines encontré el nuevo chupón, lo saqué del empaque y se lo puse a mi bebé.

Volvió el silencio y la paz. Victoriosa decidí seguir con mis compras, o más bien empezar a hacer mis compras, cuando percibí aquel peculiar olor. No se preocupen, no les voy a contar de eso, tengo otras aventuras más interesantes, sobre todo ahora que ya están en la adolescencia.

No me vayan a mal interpretar, yo adoro a mis pollos, especialmente ahora que, ya que superaron la etapa del chupón y el pañal, pero la maternidad tiene “sus momentos”, claro que todo se desvanece cuando ves sonreír a tus hijos o cuando admiras las caritas angelicales que tienen al dormir. En la maternidad las recompensas siempre serán mayores a cualquier sacrificio o por lo menos eso dicen.

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