¿Qué tenía Gonzalo?
Por Elisa Peralta
Dorita se llamaba mi novia y fue ella la que sugirió la película. La vimos en un cine del D.F. -ahora Ciudad de México- que estaba sobre la avenida Paseo de la Reforma. Intento recordar el nombre del cine, pero no puedo. A la que sí tengo presente es a Juliette Binoche, protagonista de la cinta que vimos. Tenía la piel de leche tibia, rostro ovalado y cabello negro-noche en París. Sería que todo lo veía a través de una lupa por el amor que sentía por Dorita. A ella la besé muchas veces en la oscuridad de la sala, a Juliette nunca. Supongo que Dorita me dejó por otro de mejor memoria. Nuestro romance duró casi diez meses. Después tuve otras novias, de las que apenas recuerdo su nombre, hasta que logré tener a Beatriz en mi vida. Por fin una historia boy got a girl.
Beatriz había terminado la relación amorosa (¡doce años!) de toda su corta vida. A los 18 no le encontraba sentido a su existencia. A mis 25, el noviazgo más largo había subsistido trece meses. Era mi conocida porque vivíamos en la misma calle y nuestras mamás eran amigas. La llamábamos Bety Gonzalo, porque la habíamos apellidado con el nombre de su ex. Así que, lo primero que hice por ella fue devolverle el Beatriz, para que no pareciera huérfana. Desplegué su nombre, como a la vela del barco para retomar el viaje.
La pena de Beatriz provocaba en mí las preguntas de mi vida: ¿Qué tendría ese hombre para retener a una mujer por tanto tiempo? ¿Era el atractivo físico? Gonzalo era un tipo bien parecido, pero bastante promedio. ¿Yo? También entraba en la estadística.
Beatriz tenía cancelada su vida amorosa y quién mejor para comprenderla. Yo tenía una colección de relaciones rotas que, si fueran cuentas y las hubiera ensartado en un cordel, el collar podía dar cuando menos dos vueltas, holgadas, en mi cuello. Me puse en sus zapatos (además, en esos días no tenía novia) y le pedí lo que a nadie:
—Ándale Beatriz, cuéntame tus penas.
Su vida con Gonzalo la escuché, de ida y de vuelta, todas las veces que ella quiso repetirla. Los vi jugando en el patio de la escuela primaria. Supe del apuro por el examen de admisión a la secundaria. La pena no era por aprobar sino por quedar en el mismo plantel. Después el bachillerato. A ese nivel las negociaciones comenzaron a ponerse tensas como cuerdas de violín. Había que hacer concordar las vocaciones. El amor lo pudo todo y también cruzaron ese puente. Tres años de bachillerato y ¡zas! la relación terminó. Gonzalo decidió que lo suyo era la exploración marina. Cambió el cemento de la ciudad por agua salada. No hubo modo de seguirlo. La familia de Bety Gonzalo no le permitió salir de su casa si no era vestida de blanco. Gonzalo no pensó en tener ninguna otra ancla que no fuera la de un barco.
En los primeros días, Beatriz me recibía con los párpados hinchados. Pasaron meses para que en su mirada solo quedaran restos de tristeza. Sus palabras ya no eran un borbotón de nostalgia o dolor. Su discurso iba tomando la velocidad de la aceptación de los hechos.
Si mis relaciones terrenales no habían sido exitosas la relación platónica con Juliette Binoche seguía tan firme como su carrera. La conocí en 1991, en la película “Los amantes del puente Pont Neuf”. Su personaje, Michèle, estaba enamorado de Denis. En la historia Michèle sufría una decepción amorosa que la había llevado a vivir en la calle. También la vi en “Cumbres borrascosas”, “El paciente inglés” y “Damage” (con Jeremy Irons). Ella ocupaba la mayor parte de mi tiempo cinematográfico. En un descuido de Beatriz, aproveché una grieta en la reedición de su tema favorito para colar mi pregunta: ¿te gusta ir al cine?
En la Cineteca Nacional pasaban un ciclo de cine francés. Como entrada a producciones recientes proyectaban cintas que se consideraban de culto. Volvería a ver a Juliette-Michèl recorrer las oscuras calles de París. No logro recordar con quién vi por primera vez esa película, pero para mí siempre era la primera vez que veía esa piel color leche tibia. Beatriz aceptó la invitación y nos fuimos en metro por la línea verde. Ella iba sentada y yo parado, platicando sobre Juliette. No recuerdo en cuál estación bajamos. Salimos del metro y caminamos hasta la Cineteca.
Michèle le enseñó a Denis a dormir (él padecía de insomnio). Denis le enseñó a Michèle que la vida y el amor se podían vivir como quisieras. En la última secuencia, Michèle le pide tiempo para pensar sobre cómo llevar su relación. Están al pie, sobre un puente, del río Sena. Denis la toma de la cintura y la arroja al río. Él también se avienta. La corriente los lleva y no se sabe hacia donde, pero son felices porque van juntos. Entre el río de gente que salía de la sala de cine, Beatriz y yo, tomados de la mano, emprendimos una nueva aventura.
Elisa Peralta (México) es licenciada en Periodismo y comunicación colectiva por la UNAM, fue publicista y productora de radio. Finalista del concurso Nota Latina en Miami en 2019 y seleccionada para la Antología de cuento en español de la Ciudad de Houston en 2020. Participa en los Talleres de Rodrigo Hasbún y Giovanna Rivero.