Crónicas de vuelo 1: Solsticio de invierno en Lafayette, Louisiana.

Por El Cacalote

Viajar, esa actividad que para muchos es sustancial, esta pandemia la ha dejado relegada, puesta en pausa, en espera en muchos países, incluido México. Sufren así todos los viajeros, tanto quienes lo hacen por placer, como quienes trepan a un avión por necesidad o trabajo o para reunirse con la familia que por cualquier razón está lejos. Esta pandemia nos dejó solos en los atribulados rincones del mundo, mirando desde la ventana omnipresente, cómo se vaciaban las calles del mundo. Lo bueno de tener alas (y de estar en Texas, dicho sea de paso) es que me permitió echarlas al viento en compañía de amigos, esos que se vuelven familia por elección cuando uno está lejos, y que son aves coloridas de cantos diversos. ¡Qué bonito es viajar con aves de otras latitudes!

Volar me permitió mirar las carreteras derechas y largas de las enormes planicies de La estrella solitaria, como se le conoce a Texas, debido al periodo independiente de México en el que estuvo desde 1836 y hasta 1846 cuando se convirtió en el vigésimo octavo territorio de los Estados Unidos. Desde entonces conservan un singular orgullo texano y un sentimiento de independencia ulterior que es palpable en el aire.

Refinería en Texas

Texas produce energía en masa. Desde las carreteras, y a través de la costa del Golfo de México puede verse la industria de extracción de petróleo y gas, las granjas solares y eólicas que tapizan los campos de cultivo al lado de los de algodón que también son infinitos. La tierra se extiende tanto que parece no terminar. Al menos desde Houston hasta el límite con Lousiana, no existen montañas que corten la vista o que impidan a los ojos ver la extensa región que siempre está produciendo algo. El horizonte es una invitación constante a alcanzarlo. A lo lejos, las nubes pomposas conservan un orden de altura. Es un efecto generado también por la falta de montañas. Parecen hechas en serio y son el fondo de las chimeneas humeantes de las refinerías o de los gigantescos generadores de viento.

Viajar a paso de rueda le permite a tu pensamiento mirar hacia adentro. La naturaleza, perfecta en cualquiera de sus manifestaciones, te ayuda a que las ideas se muevan en tu interior. La gratitud es casi inmediata. Lo mismo se extiende el mar que los campos eternos, y con la misma magnificencia, los puentes larguísimos y los edificios tan altos que voltear hacia arriba se vuelve un reto ocular.

Continuando el vuelo, ya por Louisiana, llegamos a Lafayette. Louisiana es un estado caracterizado por un mosaico multicultural. Desde los indoamericanos pasando por el dominio español primero, perteneciendo al Virreinato y posteriormente a la colonia francesa. Su nombre es en honor a Luis XIV y en los anales históricos, uno de los estados de mayor comercio de esclavos desde África. El caldo resultante es una diversidad lingüística, un arte culinario único y un carácter áspero en los habitantes.

Honestamente, esperaba una ciudad grande, algo parecida a New Orleans, pero nos encontramos con una localidad pequeña, con negocios y lugares cerrados por el Covid-19, pagando como tantos otros, el desastre financiero detrás del virus, y que además ostenta una cicatriz abultada del huracán Katrina del que, sí, todavía quedan rastrojos y heridas dolorosas visibles. Prueba de eso, es la literatura que ahonda en el evento a nivel local y que ya le dedicaré mi tinta.

Lafayette, eso sí, es un lugar de vasta naturaleza en donde abundan los paseos al aire libre entre lagos translúcidos y pantanos callados, desde donde se contemplan varias especies de aves, reptiles y sobretodo, las formas espectrales y tristonas de los cipreses, pinos y manglares, levantados con fuerza, aunque de apariencia cansada por los largos hilos de heno ensortijado que caen desde cada rama. A la distancia, parece un cuadro languidecido.

Lechuzas, cocodrilos, biguás, garzas, patos, halcones, tortugas. Se ven en vuelos silenciosos, posados en ramas escondidas, avanzando sobre el agua con sigilo, como si ninguno quisiera despertar al otro, como si quisieran que el viento también se callara para siempre. Llegamos ahí para el solsticio de invierno, con un frío considerable, pero un sol radiante y blanco para la caída de la tarde, convirtiendo todo en silueta, hasta el reflejo en las aguas sosegadas y ennegrecidas del Champagne’s Swamp.

En Lafayette se percibe una extensión territorial parecida a la de Texas, que distribuye las viviendas con una considerable distancia entre una y otra en las zonas rurales.  La comida es de tradición cajun, que desafortunadamente en esos días estaba también en pausa pues un gran número de restaurantes se encontraba cerrado. Pat´s Downtown fue de los pocos que encontramos abiertos y que me permito recomendar sobradamente. Ya figura con casi cinco estrellas en Google, y la verdad es que el servicio y la comida bien las merecen. Un lugar que desde el vuelo alto denota sus largos años de servir el Crawfish Etouffee y el Creole fried chicken con el estilo auténtico de la zona, además del Bread pudin que nomás de acordarme, se me chorrea el pico. Fue el primer festín de nuestro viaje y dejo estas palabras como parte de mi bitácora: tengo que volver.

Catedral de Saint John, Lafayette, LA

Hicimos una breve parada en la Catedral de Saint John que “apenas tiene cien años”, nos dijo el sacerdote que nos dejó entrar, y que luce vitrales y pinturas con el mismo estilo de hace dos siglos. Un gran órgano de viento y, de llamar la atención, una buena cantidad de reliquias de santos como el propio San Juan Evangelista, Santa Catarina, Santa Cecilia, Santa Úrsula y otros más.

Me parece que Lafayette es un sitio que puede ofrecer mucho más de lo que ahora tiene. Nos perdimos la fabricación de la Salsa Tabasco que se encuentra cerrada al público por el momento y que sólo por eso tuve que anotar en la lista de “sitios para volver”, entre otras cosas porque está situada en Avery Island, lugar de exóticos paisajes naturales y la primera mina de sal conocida en Norteamérica. El sitio cuenta, además, con un restaurante en donde se preparan alimentos con las diversas salsas. Será para la otra, cuando el mundo abra sus puertas otra vez.

En general podemos decir que Lafayette es para quienes buscan el contacto con la naturaleza, pero de ese tipo de contacto que está hecho para la reflexión y la conexión con la Tierra. Los sitios subrayan la tranquilidad y la paz. La vista puede parecer inmóvil hasta que el cruce de uno de mis parientes rompe la quietud con un vuelo silencioso encima de un cuerpo de agua.

En cuanto a los hoteles, hay buena oferta con las debidas restricciones. En nuestro caso, The Travel Shop,

nuestro agente de vuelo a ras de piso, nos envió esta vez a las Homewood Suites Hilton Lafayette. Incluye el desayuno, pero, ¿para qué mentir? Los desayunos de hotel son infames, pero en tiempos de pandemia… incomibles. Las medidas de restricción de contacto reducen las opciones y sobretodo la forma en que se sirve la comida. Te dan tu caja con huevo o hotcakes, con tocino o salchicha, jugo de fábrica o café. Lléveselo a su cuarto y coma… Vayan al hotel, sin desayuno incluido.

La visita fue breve. No se puede hacer mucho cuando casi todo está cerrado, pero habremos de volver. Si les gusta la naturaleza, la calma y la buena comida, Lafayette es una gran opción.

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