Maternidad en gris

Por Dracula Parrot

La maternidad por mucho tiempo se ha visto salpicada de los colores rosa y celeste, se permite alguno que otro verde pastel o lila y así, la espera se imagina linda, armoniosa, tierna, e impecable. También antes se vio como una bendición por la influencia religiosa: “id y multiplicaos”. Sin embargo, la verdadera maternidad sucede en escala de grises, que abarcan desde el gris claro hasta el más oscuro, casi negro.

La maternidad es un viaje confuso que empieza con la incertidumbre del embarazo, sigue con el miedo y el dolor del parto, pasa por los pezones agrietados, sangre, niños con vómitos nocturnos, fiebres de madrugada, tareas la noche del domingo, actos del colegio insufribles, recitales o competencias somníferas, hasta adolescentes que azotan puertas y voltean los ojos.

Muy poco se ha tocado la maternidad en toda su dimensión social y política; y mucho menos como tema literario. Escaso es lo que se ha dicho de esa maternidad real, de carne y hueso, lejos de la postal o el anuncio de televisión. 

A finales de los años setenta Adriene Rich en su libro “Nacemos de Mujer”empieza a analizar una maternidad desenfocada del lente del capitalismo y del patriarcado.

Lo de ser madre ha sido un camino cuesta arriba, de muchas exigencias sociales y abundantes renuncias. Es hasta ahora que empiezan a cambiar los roles, las miradas y las mujeres se atreven a hablar de la experiencia de una forma más honesta, como hace Nuria Labari en “La mejor madre del mundo” que deshace el mito materno y propone una maternidad libre de culpas y exigencias.

No todas las maternidades son iguales. Más allá de la experiencia que es única, existen  muchas convergencias con las de las demás y es por eso necesario hablarlas, comentarlas, desmenuzarlas y reflexionar sobre ellas.

Dentro de lo universal del tema, aparte del proceso de gestación y el camino que cada madre recorre de la mano de sus hijos o viceversa, hay unas maternidades que no son estándar, que no corresponden al patrón. De esas maternidades también la sociedad debe ser consciente para entenderlas, incorporarlas, apoyarlas, reconocerlas, legislar y sobre todo escribir y leer.

Esas otras “maternidades”, ese sub grupo también sucede en un espectro de grises pero éstos  quizás aún más oscuros y he intentado catalogarlas. Esta clasificación no corresponde a un estudio minucioso, a un trabajo de campo o de investigación, sino más bien sale de la observación cotidiana, de la conversación y de la reflexión.

Cuando tuve mi primer hijo y salía del hospital cargando al bebé sentada en una silla de ruedas, yo no hacía más que llorar. Mi esposo al lado cargaba miles de flores, globos y muñecos de peluche con una sonrisa de oreja a oreja. Al otro lado mi padre que hacía la vez de espejo porque la imagen era casi idéntica; en la casa me esperaban mi madre y mi suegra con más flores y regalos.  Ellos me sobaban la espalda pensando que yo lloraba por la emoción del bebé, pero no me atreví a decirles que ese desconocido que llevaba en brazos me estaba pesando como un tronco en la espalda. 

Al ver el cuadro tan perfecto estaba conmovida por todas las mujeres que contrario a mí, salían del hospital solas sin una mano que las sostuviera. Estaba llorando por las madres solteras. ¿Por qué? Hasta la fecha no lo sé, supongo que ayudó el montón de hormonas que traía en el cuerpo pero desde entonces y ya son veinte años, no he dejado de pensar en el tema de ser madre. 

La madre soltera fue un cliché explotado en las telenovelas; de la mujer engañada y estigmatizada, de la que nos tenemos que deshacer. Si bien es cierto que son muy valientes, porque el paquete sola no es fácil. Lo que necesitan estas madres sin pareja; prefiero llamarlas así para sacudirnos del estereotipo, son horarios más flexibles en las empresas, mejores guarderías por parte del Estado y la iniciativa privada, apoyos sociales y una legislación más justa. Hay un dicho en inglés que reza It takes a village to raise a child, para ejemplificar esto.

Además, en los últimos años, mujeres que han postergado la maternidad por tener otras prioridades, deciden en cierto momento de su vida tener un hijo solas, entonces su maternidad nada tiene que ver con el patrón de telenovela, simplemente decidieron ser madre y padre al mismo tiempo.

Hace diecisiete años cuando llegaba al hospital a visitar una gran amiga que había tenido un hijo, me encontré en el pasillo a otra  que había llegado antes con cara de espanto. Le pregunté con la mirada que pasaba y sólo me dijo tiene Síndrome Down. Si a mí me había caído como un balde de agua fría, no podía imaginarme como se sentía mi amiga; la mamá. Caminé por el pasillo pensando qué decir antes de entrar en la habitación. Llegar con una sonrisa y decir felicidades me parecía ridículo, pero decir lo siento, sonaba terrible en mi cabeza.  Al entrar vi a su padre  que le decía: tú no te mereces esto. Me acerqué y mientras le tomaba la mano le dije que todo iba a estar bien, a lo que ella me contestó, pero ¿por qué a mí?

Así, con su ego herido, con la culpa de haber hecho algo mal durante el embarazo, con la sensación de injusticia en la vida; mi amiga se convirtió en la Madre del hijo imperfecto. Porque así se sienten. Por lo menos al principio, las madres de niños con necesidades especiales tienen la sensación general de la imperfección. Ella empezó a ejercer su maternidad desde una trinchera, enfrentándose a las miradas de lástima de los otros, a la comparación inconsciente de su hijo con los demás niños, a las múltiples terapias, citas médicas y todo lo que constituye una batalla campal para sacar adelante a ese ser y a ella misma. No dejo de admirar a este tipo de madres y agradecer que la lotería de los cromosomas me haya favorecido.

Hay mujeres que, por presión social —porque desde niñas al cargar una muñeca sintieron que ese era su papel o por convencimiento y genuino deseo—, quieren ser madres, pero la anatomía, la física o la química están en su contra. Se someten a espantosos tratamientos de fertilidad y después de varias inyecciones, concepciones in vitro y bombas de hormonas  logran concebir. Esperan en silencio y con angustia superar el primer trimestre. Todas saben que la mayoría de los abortos espontáneos ocurren antes de las doce semanas de gestación. Cuentan los días, las semanas y las horas para poder superar la fecha y gritarle al mundo que por fin van a tener un bebé.

Sucede entonces lo más temido y lo pierden. Hablar sobre la pérdida de un embrión, un feto o un niño que no nació sigue siendo un gran tabú cultural en muchas sociedades. El sesenta por ciento de los tratamientos de fertilización asistida terminan en aborto*. Después de muchos intentos, de quiebras económicas —porque además son carísimos—y fracturas de pareja, las mujeres se dan por vencidas y son las Madres que se quedaron en el intento con toda la carga emocional y social que esto genera.

Algo parecido, triste y doloroso al igual que el grupo anterior sucede con las madres que gestaron pero que su hijo murió durante el embarazo en una etapa avanzada o durante el parto. Cada dieciséis segundos en el mundo se produce una muerte fetal, por complicaciones:  desprendimientos de placenta, hemorragias o mal formaciones congénitas. La mayoría de estas muertes suceden en países en vías de desarrollo y en países desarrollados como Estados Unidos, por ejemplo, los nacimientos de niños muertos son dos veces más probables en las mujeres de raza negra o latina que en las mujeres blancas**. A pesar del enorme conflicto psicológico que producen estas muertes, el problema está pasando desapercibido en la sociedad. 

Me enteré de dos casos trágicos de madres que continuaron con el embarazo aun sabiendo que el bebé moriría al nacer  porque no se le habían formado los pulmones y no podrían respirar por cuenta propia ni siquiera con ayuda de un respirador. ¿Se imaginan a esa mujer embarazada en la fila del supermercado sorteando las conversaciones de algún ingenuo que, al verla barrigona le pregunta cuántos meses tiene, ¿cuándo nace, si será niño o niña? Esas son las Madres del hijo que no fue. Algunas llegan a tener otros hijos y hasta grandes familias, sin embargo, las devastadoras consecuencias de la pérdida las cargan por años. ¿Qué le puedes decir a una alguien que pasó por una situación así?

Igual de ignorado está el problema de las Madres de la desesperanza. Mujeres que vieron a sus hijos crecer, que creyeron que se graduarían, trabajarían, tendrían pareja y familia y de repente un día desaparecen por acción del estado, por persecución política, víctimas de dictaduras, del crimen organizado, trata de personas o narcotráfico. Las madres se organizan, protestan y realizan marchas. Convierten la búsqueda en su misión de vida. Al principio con la esperanza de encontrar al hijo vivo, luego muerto, y al final por lo menos una osamenta que les permita tener un cierre, una despedida.

La desaparición forzada afecta no sólo la vida de un individuo o de una familia o un país, sino de toda la humanidad. La sociedad carga con esa gran fosa común y es muy poco lo que se hace al respecto. Son noventa y cinco mil las personas desaparecidas, según cifras de las Naciones Unidas en el 2021. Las madres viven en un llanto sin consuelo y en una lucha desgarradora por saber la verdad. Envejecen buscando y la mayoría mueren sin encontrar la justicia. Nunca he conocido una madre de estas, pero basta ver el noticiero nocturno o revisar la historia reciente para reconocerlas.

Se podría pensar que a este mismo grupo pertenecen las Madres del Duelo en las que la ley de la naturaleza se alteró y les tocó a ellas enterrar a sus hijos por una enfermedad o un accidente. Tener una prueba fehaciente de qué pasó, una certeza y una tumba donde llorarlos, las coloca en otra categoría que no por eso deja de ser trágica. Contrario a aquellas mujeres que hicieron todo lo posible por ser madres tenemos a las Madres obligadas: niñas y mujeres a las que se les impone llevar a término un embarazo sin haberlo buscado y deseado. El estado y la sociedad no les facilita la posibilidad de interrumpir el embarazo.

No todas las mujeres desean ser madres o quieren tener un gran número de hijos; las expectativas reproductivas están influenciadas por la cultura y la ideología y difieren según el grupo social y el contexto histórico. A estas mujeres les tocó ser madres sin quererlo, sin acceso a métodos anticonceptivos y esto se hace todavía más complejo cuando el embarazo es producto de una violación o matrimonio infantil. En esos casos la maternidad es traumática, se dificulta la recuperación de la mujer y se les perpetua como víctimas al someterlas a una maternidad forzada. El ejercicio de la sexualidad y la reproducción deberían ser siempre deseados y planeados, lamentablemente no siempre es así.

Las más juzgadas y satanizadas son Las Madres que se Fueron porque se atrevieron a salir a vivir una vida dejando atrás al hijo. Sin entender que quizá huyen de un círculo de violencia o se resisten a jugar un papel que no quisieron ejercer y para lo cual nunca se les dio otra alternativa.

En una sociedad que no apoya, que no educa, injusta, que no tiene buenos sistemas de salud física y mental, un ser humano puede ser lanzado de forma fácil y sin opciones al camino de la delincuencia. Aquí encontramos a las Madres a Pesar de, pues estos individuos: los asesinos, matones y violadores también tienen una madre y ellas deciden amarlos a pesar de su crimen. Las podemos ver afuera de las cárceles haciendo una larga cola para entregarles un paquete con un poco de comida, ropa, cigarros y cariño. Buscando un abogado que a veces no pueden pagar, con tal de que consigan mejorar la condena de sus hijos. El tema de la adopción se tuvo por mucho tiempo en voz baja y en secreto. Eran pocas las familias que hablaban abiertamente de sus procesos de adopción y del por qué decidieron llevarlo a cabo, como si al hacerlo asumieran un estigma por no poder o querer concebir. Hay que considerar que hay toda una gama de aspectos legales, sociales, familiares y emocionales al respecto. Ahora se sabe que ocultarle a un niño que es adoptado es erróneo y se empieza a hablar de lo complejo que es esto para la madre biológica, para el niño o niña adoptado y para los padres adoptivos.  

Se les ha denominado Madres del alma, porque sin haber gestado, asumen el reto de la maternidad con tal grado de compromiso, logrando establecer un vínculo tan fuerte como el de las madres biológicas, dándole la oportunidad a un niño/a de crecer y desarrollarse en otro ambiente. Claro aquí hay que destacar que no todos los casos son afortunados y no siempre se da el enamoramiento madre/hijo que se desea y eso también genera otros retos, porque el compromiso de amar y cuidar a ese desconocido se adquirió por la vía legal y en muy pocas ocasiones puede ser reversible. 

Tan mal paradas en la literatura, sobre todo en los cuentos infantiles están las madrastras, que les ha tocado ser Madres por Añadidura: las circunstancias por las que llegan a serlo son diversas. No obstante, pareciera que llegan a ejercer ese rol con la batalla perdida y se van recuperando en el combate. Son muchos los prejuicios al respecto: que viene a apoderase del amor del padre, a romper la relación filial y a competir. Con el lema velado de divide y vencerás el patriarcado ha puesto a las mujeres unas en contra de las otras. Como si la ex, la suegra, la nuera o la madrastra fueran enemigas entre sí por el solo hecho de ostentar el título. Por lo que a estas mujeres les toca luchar por reivindicarse y demostrar que pueden ser amables y solidarias, como sea que les toque llevar la relación con ese hijo/a: de medio tiempo, de tiempo completo o maternidad en segundo plano compartida con la madre biológica.

Hay madres que se resisten ante el dicho de “madre sólo hay una” y deciden ser Dos Madres. Buscan su lugar en la sociedad, abogan por sus derechos, porque sea legitima su unión y puedan ser reconocidas como madres de un mismo hijo/a, sin importar quien lo haya concebido y que poco a poco y con muchos esfuerzos van teniendo un lugar y empiezan a ser aceptadas sin sin juicios ni cuestionamientos. 

Hablando de parejas homoparentales deberíamos también reconocer e incluir a las parejas de hombres que deciden “maternar” desde su condición masculina y que son señalados por supuestamente haber privado al hijo de una figura materna. Estos, como las anteriores, se van abriendo paso y ganando terreno a pesar de la contienda.

A casi todas las madres nos ha pasado que no somos el ideal de mamá que teníamos planeado y nos tocó ser la madre que nuestros hijos necesitaban. En el fondo tenemos que vivir con lo que pensábamos que iba a ser y lo que resultó siendo. Embarazarte y tener un hijo es una ruleta rusa, porque uno no sabe qué tipo de hijo le va a tocar. Una misma mamá tiene que jugar múltiples personalidades porque cada hijo tiene necesidades diferentes.

No hay que ver a la madre como una figura romantizada, perfecta, inmaculada y abnegada. Las madres son mujeres reales que se equivocaron, se adaptaron, perdieron, aprendieron, improvisaron y en momentos hasta claudicaron.

A excepción de los cambios físicos, el parto y la poca presión social; además de que el reloj biológico juega poco en su contra, la paternidad también tiene sus bemoles. Por mucho tiempo a los padres se les mantuvo alejados, poco involucrados y no se les permitió ser cariñosos, tiernos y besucones, porque no combinaba con la idea social del hombre fuerte y proveedor. Son diversos los tipos de maternidades (faltan muchas categorías en esta lista) de aquí que se deben entender y combinar. 

Cuando estaba embarazada, todo el mundo se sentía con el derecho de tocar mi abdomen que por protuberante parecía entonces ser parte del espacio público, ese colectivo que se enternece al verte con el vientre lleno o el cachorro/bebe recién nacido, deja de estar presente en el proceso de crecimiento del individuo. 

Si bien es cierto que debido a como está constituida la sociedad actual, no podemos delegar la maternidad al plano de lo comunitario, como en algunas sociedades pequeñas y tribales., lo que si podemos hacer es integrar maternidad y paternidad, desmitificarlas, deconstruirlas para poder hablar mejor de “La Crianza” exigiéndole a la sociedad y al estado una mayor infraestructura de apoyo. Por fortuna tengo un compañero padre de mis hijos, que es solidario, comprometido y empático que me ayudó en el proceso; sin embargo, creo que otra y más placentera habría sido mi experiencia si hubiera tenido una mayor red de soporte y más fácil si hubiera podido hablar de los aspectos negativos y los retos y dificultades de la experiencia de la maternidad sin que hubiera sido criticada o satanizada.

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