Violeta

Por Korina Calderón

Tengo que escoger las palabras de mi discurso. Los seminaristas están por aceptar una renuncia vitalicia, lo de menos será que obedezcan y que vivan austero. Eso para mí ha sido fácil. No puedo equivocarme en mi mensaje. Les debe de quedar claro que algunas cosas se hacen siempre, y otras, nunca. Quedan pocas horas para que los acompañe en la ceremonia donde tomarán los votos.

La luz de la vela se consume y la humedad aumenta.

Aquí se me van a congelar los huesos, hubiera sido mejor escribir en el atrio, allá el sol calienta. Este espejo está tan descarapelado que no puedo ni verme. De pronto, como si me hubiera escuchado, veo mi rostro en el espejo hablándome:

— Es Violeta, su nombre suena a gemido de placer, huele a lavanda, es mezcla de rojo y azul. Tú, un azul que pide bañarse en rojo.

Me froto los ojos y pienso que el cansancio me está jugando una mala broma. ¿Rojo?, rojo es el vino de la eucaristía, tengo que preparar a los jóvenes para que la  puedan ofrecer a sus futuros feligreses.

La vela termina de consumirse y la luz del pabilo se pasa al espejo. Él no se percata, sigue absorto en su escrito. Escucha de nuevo su voz.

— ¿Te has preguntado por qué tendría que ser tu sotana del mismo color que su nombre? Violeta está pendiente de ti, hoy pensó en quedarse, le gusta tu voz. ¿A poco a ti no te gusta la suya?, bueno, no creo que sea eso lo que te atrae de ella.

Esta vez se da cuenta de que no es una alucinación.

— ¿Quién eres, qué quieres?

— Soy tu deseo, ese al que nunca renunciaste, ¿cómo pretendes enseñar a otros que lo hagan? ¿Será posible que dejes de pensar en ella? Te has asegurado de tenerla cerca. Te sirve el desayuno, retira las flores marchitas y a cambio tú la miras, la desnudas con tus ojos. Pero al llegar la tarde se va a su casa y tú te quedas solo en la tuya, ahí en el anexo de la iglesia. Mañana, cuando llegue, escuchará, una vez más, el eco de tu voz en la bóveda del altar hablándole a esos muchachos.

— ¡Mientes! Ella hace su trabajo y yo el mío. Eso es todo.

— Ja, no te basta con tu propio engaño. Quieres que otros sufran como tú, ¿no te das cuenta?, todavía están a tiempo.  Investiga quiénes no están listos para tomar los votos y ¡detenlos!

Se levanta iracundo, rompe lo escrito, trata de golpear el espejo y su propia mano lo detiene del otro lado.

— Tienes una segunda oportunidad, tranquilo, Pedro ¾dice, por última vez su propia voz en el espejo.

El obispo recibe una carta donde Pedro le informa que deja de ser sacerdote.

A lo lejos se ve a Pedro caminando de la mano de Violeta, van hacia el río.

Compártelo en donde gustes